Cuando estuvieron estables, Bill corrió a abrir la puerta del coche y se lanzó a la calle a rescatar a la chica, que yacía tumbada en el borde de la carretera como una muñeca desmadejada. Deseó que no estuviera muerta y se acercó a ella corriendo. Cuando se agachó al lado de ella, una sombra se interpuso y empezó a gritar algo. Era el niño que la chica había apartado de un empujón. Sólo tenían una herida en la ceja que sangraba poco, pero aún así había creado un hilillo de sangre que atravesaba su cara de arriba abajo. Mientras tanto, un guardaespaldas se acercó también. Por suerte se dio cuenta de que era uno que sabía hablar en castellano.
- Dile al niño que se venga al coche – le pidió -. Nos la llevamos al hospital.
El guardaespaldas le dijo algo al niño y éste respondió asintiendo, pero luego, acordándose de algo, señaló el bulto que se movía entre los brazos de la chica. El hombre se volvió hacia Bill.
- Dice que tiene se llama Danniel y que la chica, June, tiene a su hermana Tanya en brazos.
- Pues cógela – ordenó el cantante -, yo llevaré a la mayor.
Misteriosamente, la niña, Tanya, no tenía un solo rasguño. Se abrazó a su hermano, porque le dio miedo el guardaespaldas, y éste los guió a los dos al Porsche mientras Bill los seguía apresuradamente. Georg y Gustav se habían metido en un coche que iba medio vacío para poder dejar sitio a los nuevos pasajeros. Tom cogió en brazos a la pequeña que le pasó el guardaespaldas y el chico se apretujó entre los hermanos.
Arrancaron en seguida y corrieron al hospital. Tom probó a hablar con el niño en inglés y resultó ser que éste dominaba a la perfección el idioma.
- ¿Y cómo es que hablas así de bien en inglés? – le preguntó Bill con curiosidad -. Creí que aquí sólo hablabais castellano y aprendéis otros idiomas en el cole, pero eres demasiado joven para hablarlo con tanta fluidez.
- Mi padre es de un pueblo cercano a Londres – explicó Dan – y como quería que aprendiéramos su idioma, nos habló así desde pequeñitos.
- ¿Quién es la chica? – preguntó elevando un poco a June -,
¿tu hermana?
¿tu hermana?
- ¿Quién? ¿June? ¡No! – respondió él -. Mi hermana es Tanya, June tiene diecinueve años, toca el piano, habla inglés mejor que nosotros y es nuestra cuidadora. Sabe contar cuentos y jugar a robots y cosas de chicos, además está estudiando para hacer una oposición de notaría.
- Lista la chica – comentó Tom mientras veía que Bill miraba embobado a la chica.
Entonces Tanya, al oír que hablaban de June, se puso a llorar escandalosamente y a hipar de una forma que asustó desde su hermano hasta los guardaespaldas. Dan se acercó a ella y la abrazó, intentando tranquilizarla, pero en vano. Hicieron una larga parte del camino escuchando los lloriqueos y gimoteos de Tanya.
Cuando llegaron al hospital, rápidamente le quitaron a June de los brazos a Bill y se la llevaron al quirófano. Por suerte, el pequeño Danniel tenía un móvil por el que llamó a su madre, y ésta, le ordenó que se quedaran donde estaban y que no se movieran. Llegó con el pelo revuelto y el rostro congestionados por la preocupación, pero se paró en seco al ver quién eran los jóvenes que acompañaban a sus hijos.
- ¿Vosotros no sois un grupo de música alemán? – dijo en inglés, tanteando, mientras se acercaba y arrebataba a Tanya de los brazos de Tom.
- Sí – respondió Bill, con gesto culpable, como si tuviese que disculparse por algo -. Íbamos camino a un concierto cuando sus hijos se pararon en mitad de la carretera y June los salvó casi matándose.
- ¡Oh, Dios mío! – se quejó la mujer -. Siempre supe que era buena chica y que no dejaría que les pasara nada malo a mis niños, pero no que fuera para tanto – ocultó la cara en el pelo de su hija, pero de repente se levantó -. ¿Cómo sé que me puedo fiar de vosotros y dejar a June aquí sola y con vuestra única compañía?
- Seguramente habrá oído rumores sobre nosotros como que nos drogamos y tomamos estimulantes – suspiró Tom -, pero no es verdad. Como he dicho, no son más que rumores. No los desmentimos porque cualquier publicidad es favorable para nosotros, ya sea que digan algo bueno o malo.
- Por ahora te creeré, porque tus razones tienen sentido – comentó ella -. Pero mañana volveré, y los niños también, así que como os hayáis ido de aquí presentaré una denuncia.
- Créame, señora – comentó Georg, de repente risueño y señalando a Bill, que estaba hablando con un médico que había aparecido por allí, con el dedo gordo, por encima de su espalda -. Por la cara que ha puesto Bill antes de que la atropelláramos y las molestias que se está tomando ahora, no nos iremos de este hospital, y menos de Madrid hasta que la vea curada y consiga que se enamore de él.
- ¡Te he oído, mentiroso! – gritó entonces Bill.
- Confío en vosotros – sonrió la madre de los niños, muy a su pesar -. Por cierto, gracias por cuidar de mis hijos, me llamo Susanna – buscó algo en su abrigo y sacó una tarjeta de invitación -, cualquier cosa que necesitéis llamadme.
- ¿No deberíamos llamar a los padres de June? – preguntó Bill, que se había acercado.
- Vive sola – dijo Susanna con pesar -. Sus padres murieron el verano pasado en un accidente de coche, y ella se quedó a vivir sola en casa. Como es mayor de edad nadie puede negarle que haga lo que quiera. Yo la contraté porque su madre era amiga mía, y a ella la quería tanto como a una hija, o una sobrina como mucho. Ella incluso me llama tía Sussi – sonrió con lágrimas en los ojos -. Por favor, cuidadla y no la dejéis sola.
Los cuatro chicos asintieron para tranquilizarla y la vieron marcharse, con Tanya en brazos y Danniel agarrado de la mano. Tom miró la tarjeta que la había dado y soltó una maldición. Los otros tres se giraron hacia él y éste les enseñó la tarjeta el alto. Se podía leer: “Sargento de la Agencia de Detectives de la Policía Municipal”.
- A cuidar en serio a esa chica – espetó Tom -, que si no, nos las veremos con la policía a través de las rejas de una cárcel.
Los otros rieron por su broma, ya que sabían que no iban a cuidar de June sólo porque aquella mujer pudiera meterlos en el cepo. Y mucho menos Bill, que sentía que se le estaba yendo la poca sensatez que le quedaba...
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